En 1990, España se proyectaba al resto del mundo con una combinación de variables económicas, militares y blandas que sumaban 43,2 puntos en el Índice Elcano de Presencia Global.
Comparada con las de los entonces polos geopolíticos esta proyección parece nimia (512 puntos de Estados Unidos y 279 de la entonces Unión Soviética). No obstante, era suficiente para colocar a España en la 10ª posición de un ranking (y un mundo) dominado entonces por dos bloques.
Desde entonces, el mapa de la presencia global ha cambiado notablemente: se han disuelto esa bipolaridad, ha emergido el Sur global –extraordinariamente visible, en términos de presencia global, en una China catapultada de la 12ª posición en 1990 a la 2ª en 2015–; y todo ello en el marco de un proceso de globalización al que se han ido sumando, con mayor o menor ímpetu, los 90 países para los que calculamos la proyección exterior.
En 2015, España ocupa el 12º puesto en el ranking de presencia global. Podría pensarse que se trata de una caída notable respecto del 10º puesto, algo más de dos décadas antes. Lo cierto es que, en comparación con otros países de su entorno, el crecimiento y consolidación de la presencia global de España son llamativos. Con casi 178 puntos en 2015, su proyección exterior de cuadriplica desde 1990, mientras que las de, por ejemplo, Estados Unidos o Portugal se multiplican por 2 y 3,5 respectivamente.
A pesar de este crecimiento, era prácticamente imposible conservar esta posición de los años 90 ante la emergencia de un Sur (China, Arabia Saudí, Corea del Sur o India) que desplaza la presencia global de Italia, Bélgica o Suiza (gráfico 1).
Así, es llamativo que en este contexto de “decadencia de Occidente”, España logre conservar o incluso aumentar ligeramente (en 0,4 puntos porcentuales) su cuota de presencia global –entendiendo ésta como el trozo de la tarta de proyección agregada de todos los países que se proyecta desde este país (tabla 1).
También y a diferencia de sus socios europeos, España ha tendido a proyectarse sobre todo en la dimensión blanda de las relaciones internacionales. Su presencia se “endurece” en el periodo 1990-2015 –aunque se “reblandezca” en el ámbito de la Unión Europea– porque las exportaciones de bienes primarios y servicios o las inversiones en el exterior explican cada vez más su rol global (para más detalles sobre este aspecto, les animamos a consultar nuestro más reciente análisis sobre la presencia global de España, presentado el pasado viernes 16 de septiembre). Pero esto ocurre partiendo de niveles inusualmente altos de proyección en turismo (casi la mitad, 45%, de la presencia global española en 1990, tabla 2).
Y todo esto, ¿es bueno o es malo? Ni sí, ni no; o mejor dicho, depende de las aspiraciones que tenga el conjunto de la sociedad para moldear el sistema de gobernanza global.
En principio, podría argumentarse que a mayor presencia global, mayor potencial de ser un actor relevante en el proceso de globalización. En este sentido, la apertura y el fuerte crecimiento de la proyección exterior serían medios importantes (si éste fuera el objetivo).
Pero también hay que tener en cuenta, por una parte, que para que esto suceda, la presencia debe estar repartida en un buen número de áreas (difícilmente se puede desempeñar un papel relevante en el sistema científico internacional sin la generación de patentes) y, por otra, que, hasta la fecha, los ámbitos de proyección de España no han sido los que presentan un mayor valor añadido, con un papel destacado del turismo, los bienes primarios o los servicios frente a, por ejemplo, la tecnología o la educación.
En definitiva, la presencia global de España es fruto de la proyección exterior de realidades internas, y su evolución está condicionada tanto por el contexto mundial como por los objetivos que se marque para su política y acción exterior.